Su historia

El 19 de octubre de 1958 fue la boda de Joaquín y Antonia.

Iglesia de Singla

Ellos vivían en un lugar llamado el Ventorrillo, un caserío situado en Caravaca de la Cruz.

Era un lugar rural en la España de Franco, no había lugar para caprichos, todo era escaso y bien escaso, pero Joaquín y Antonia eran dos jóvenes llenos de ilusión por su futuro y se encaminaban con el paso decidido a formalizar su unión.

Una vez casados, antes de poder establecerse de forma independiente, residieron en la casa de los padres de Joaquín, hasta que pudieron mudarse a Las Nogueras, un caserío situado no muy lejos de Singla en una pedanía llamada La Encarnación en el que trabajaban la tierra y parte de la cosecha se destinaba al propietario. Tenían un corral con gallinas y una pocilga con un cerdo, cada año organizaban la matanza y así vivían sin faltarles un plato de comida pero sin tocar apenas nada de dinero. Ya tenían tres hijos, habían nacido, uno tras otro, en poco más de tres años de convivencia, primero nació Ana María que crecía saludable y lustrosa a pesar de la escasez, después nació el único varón que tuvieron, Joaquín, al que mimaron de igual manera y después llegó Josefina que fue un alegría más, transcurrieron cinco años y nació la última hija, Carmen, y también fue bienvenida.


Con la familia numerosa aparecián más gastos, por eso cuando ofrecieron a Ana María, la hija mayor que entonces tenía 12 años, que se viniera a Barcelona a casa de unos familiares a estudiar y a atender a su prima pequeña, aceptaron, pensando que podía ser una oportunidad para ella, pero fue muy doloroso enviar tan lejos de casa a su hija. Si ellos ya habían pensado en la posibilidad de cambiar su residencia para buscar mejores condiciones de vida ahora con su hija en Barcelona todo se aceleró, y en poco tiempo lograron encontrar un contrato de trabajo para Joaquín. Cuando estuvo todo preparado se instalaron en Sant Boi con sus hijos y la madre de Antonia: la abuela Pepa.

Fue difícil el cambio y mantuvieron un estrecho lazo con sus raíces pero pudieron prosperar, con trabajo y más trabajo y con ilusión, como cuando se casaron. Con la misma ilusión con que ahora vuelven cada año cuando empieza el buen tiempo a la misma casa, aunque muy renovada, en la que vivían en el momento en que se casaron: el Ventorrillo. Y la misma ilusión que retornan cada otoño a Barcelona, la ciudad que les acogió y les facilitó un medio de vida que no tenían cuando llegaron aquí en 1973.

Joaquín y Antonia son felices porque no perdieron el contacto con sus raíces y ahora pueden disfrutar de todo lo que aprendieron y vivieron en los años de su niñez y juventud: su huerto, la vida al aire libre, la convivencia calurosa y confiada de la gente de pueblo. Y también pueden disfrutar de la prosperidad que pudieron obtener gracias al ímpetu emprendedor y valiente de buscar una nueva vida.

Ahora que celebran sus bodas de oro es un buen momento para recordar y darse cuenta de lo difícil que es llegar a esta cima juntos, pero la ilusión y el amor todo lo pueden. Han sido años de felicidad pero también de dificultades, aunque en compañía los problemas son más manejables, las crisis se superan más fácilmente y las alegrías saben muchísimo mejor.


FELICIDADES


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